Año 1087. Las tropas de Alfonso VI, rey de Castilla y de León, se
dirigen hacia las puertas de la Sevilla mora. Son mayores en número y todo hace
indicar que el cerco dará sus frutos tarde o temprano. Mientras tanto, en el
interior de la ciudad, Al Mu’tamid piensa en una manera inteligente de
deshacerse de sus enemigos. Llegados a este punto, la leyenda va en una
dirección y los hechos documentados, en otra. El relato fantástico asegura que
al rey Taifa de Sevilla se le ocurrió desafiar al monarca cristiano de una
manera un tanto peculiar: mediante una partida de ajedrez que decidiría el
destino de la capital hispalense.
Cabe reseñar que el ajedrez es la evolución de un juego de mesa que
se practicaba en la India (conocido como ‘chaturanga’), y llegó a occidente
gracias a los musulmanes. Simbolizaba un campo de batalla y los generales
practicaban en el tablero sus estrategias militares. Consciente de que este
divertimento no era su fuerte, Al Mu’tamid pidió a su protegido, Ibn Ammar, que
le representara en la partida. Fue una sabia decisión, ya que tras un intenso
duelo mental, su discípulo proclamó el jaque mate. Alfonso VI respetó el pacto,
retiró su ejército y se llevó el tablero y las piezas de ébano y sándalo como
amargo recuerdo de su derrota.
Existe otra leyenda muy similar que trata de explicar el mismo
episodio histórico. Según esta versión de los hechos, Al Mu’tamid, previendo
que no tendría ninguna opción contra las hordas castellanas, mandó una
delegación encabezada por su consejero Abenamar para negociar con Alfonso VI y
evitar el derramamiento de sangre. Ambos conversaron en una tienda de campaña a
la altura de Sierra Morena, donde el musulmán averiguó que a su anfitrión le
apasionaba el ajedrez. Así las cosas, le retó a una partida en la que estarían
en juego granos de arroz: dos por la primera casilla del tablero, cuatro por la
segunda, dieciséis por la tercera y así sucesivamente. Abenamar no sólo
demostró ser mejor jugador, sino también más avezado en las matemáticas, ya que
cuando su oponente hizo los cálculos de su derrota llegó a la conclusión de que
no había tanto arroz en Castilla para pagar su deuda. Por ello, como
compensación, renunció a Sevilla.
Evidentemente, la realidad de aquel ataque frustrado es bien
diferente y todo apunta a que Al’Mutamid sólo consiguió espantar a Alfonso VI
mediante un exorbitante tributo.
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