Y todo empezó con el Puente de Barcas, localizado en donde se asienta el actual puente de Isabel II. El califa almohade Yusuf mandó construir en el año 1171 una pasarela sustentada sobre once barcazas de madera. En 1248, el almirante Bonifaz rompió a embestidas, con una embarcación reforzada en su proa, las cadenas que unían las barcas a los malecones para iniciar la reconquista de Sevilla.
La escena todavía pervive en el escudo de Cantabria, de donde venía la tripulación. Tras la expulsión de los musulmanes, el puente fue remozado y siguió dando servicio hasta que fue sustituido por el de Isabel II.
El puente de Barcas, fotografiado por el Vizconde de Vigier en 1851, cuando acababa de ser desplazado de su luga primitivo debido a la construcción del Puente de Isabel II.
El puente de Triana tiene entre sus curiosidades el haber causado el pánico en la Madrugá del año 1974 al paso de la Esperanza de Triana. Una fuerte vibración asustó al público presente y provocó el cierre al tráfico. Las recurrentes dudas sobre la seguridad de esta estructura de hierro construida en el año 1845 e inaugurada siete años después hizo pender sobre él la sombra de su desaparición. El Ministerio de Obras Públicas quería derribarlo, mientras que una notable parte de la sociedad civil sevillana reclamaba su conservación. Una reforma del tablero y la consolidación de sus pilas resolvieron las cuestiones y el puente sigue viendo pasar las aguas del Guadalquivir bajo su ojos, inspirados en el puente del Carrousel de París. Se dice que la similitud fue tal que el Ayuntamiento tuvo que pagar un canon por la patente. La reforma del tablero le quitó el carácter estructural a los arcos.
Aguas arriba, el Puente del Cristo de la Expiración, vulgo del Cachorro, tiene varios apodos entre los que destaca el apelativo de «el de los leperos», por haberse construido el puente antes de que por él pasase el río. Para explicar esta cuestión hay que remontarse al año 1992, en el marco de la Exposición Universal de Sevilla. Las aguas del Guadalquivir no bañaban la orilla de La Cartuja y el río debía jugar un papel imprescindible en la muestra sevillana. Para ello, se hizo ampliar el cauce del río hasta San Jerónimo y, para solventar los problemas de movilidad que dicha decisión iba acarrear sobre el tráfico de la zona se decidió construir un puente a la altura de Chapina. El puente se construyó sobre el cauce cuando todavía no se había retirado el tapón de tierra que impedía el paso del agua. En 1991 se ejecuta el desaterramiento de esta zona.
La Expo 92 supuso para la ciudad un punto de inflexión en cuanto a la dotación de infraestructura se refiere. Al puente del Cachorro se le sumaron varios más: el de la Barqueta, el del Alamillo y la pasarela de La Cartuja, que figura en el libro Guiness de los récord por ser el puente más esbelto, en relación entre canto y luz, del mundo. La viga se basta de sus tres metros de canto en su centro-luz para aguantar los 235 metros de longitud. Una hazaña ingenieril difícil de batir.
Hablar de arquitectura y de puentes lleva a pensar en el controvertido Santiago Calatrava, que en Sevilla proyectó el puente del Alamillo en los albores del 92. En este caso hay curiosidad y polémica. Por un lado, fue el primer puente atirantado de pilón contrapeso que no tiene tirantes de retenida; por otro, su altura superó a la Giralda, lo que generó las críticas entre un sector de la ciudad. El del Alamillo iba a acompañado de otro puente gemelo al otro lado de la isla de la Cartuja pero el presupuesto, que sufrió un notable incremento, dio al traste con la idea. El MOPU recortó el gemelo. Se había proyectado un láser que fuera como el telón de fondo de la Expo.
El puente de la Barqueta, que toma el nombre de la puerta de la Barqueta, uno de los principales accesos a la Sevilla amurallada, está considerado en puente de la Expo 92. La curiosidad de este puente gira en torno a su construcción, que se llevó a cabo en tierra y que posteriormente fue colocado gracias a la tracción de unas barcas. Esta tecnología solo se había utilizado una vez antes en el mundo, y también fue en Sevilla, con la anteriormente reseñada pasarela de la Cartuja.
Para finalizar, el ,puente del Centenario el mayor de cuantos cruzan el Guadalquivir. Erróneamente se llama del V Centenario en recuerdo del descubrimiento de América, si bien, recibe su verdadero nombre del muelle del centenario que conmemora los cien años de la Junta de Obras del Puerto de Sevilla de 1972. Tiene una altura máxima de 45 metros sobre el río, la justa para que pudiese atravesarlo el Juan Sebastián Encano con su velamen desplegado, y sus dos pilares soportan las tensiones de los tirantes. La estrechez de sus seis carriles, que convergen en cinco en su punto de máxima altura, se debe a un mal diseño que contemplaba solo cuatro carriles iniciales y dos arcenes. Un informe desfavorable sobre la evolución del tráfico en la ciudad hizo modificar el proyecto inicialmente previsto. Cuando el MOPU alertó sobre su ‘caducidad’ ya era demasiado tarde para enmendar el proyecto, que ya estaba en ejecución. Los pilones ya estaban cimentados y fue imposible ampliar el tablero. Sus ocho radares ponen en torno al 15 por ciento de las multas de toda la provincia.
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